viernes, 6 de junio de 2008

SOBRE LA HISTORIA DE AL-ANDALUS

EL TIEMPO DEL SILENCIO

Respuesta a la reseña del libro HISTORIA GENERAL DE AL-ANDALUS (de Emilio González Ferrín).
Leo con sorpresa e inquietud tu reseña de mi libro, Fernando Fernández Gómez, por más que lamento lo poco que lo has entendido. Dicen nuestros amigos comunes que no me preocupe, que el resquemor que trasladas debe responder a uno de tus prontos. Pero yo diría que responde más bien a uno de tus tardes; tarde como la ideología que rezuma por entre tus líneas a la hora de definir España más por cruzazo en la mesa que por voluntad de vida en común, por empezar con Ortega. Tarde como el medievalismo acartonado del que bebes, en tiempos de plena revolución ilustrativa por toda Europa. Tarde como la tristeza otoñal de tus elegías a una España superada por otra mucho más orgullosa que temerosa de serlo.
¿De dónde puedes sacar que mis ideas puedan ser ideario? ¿de dónde puedes haber leído en mí el más leve guiño al nacionalismo? El libro se subtitula “Europa entre Oriente y Occidente” y consiste en la reivindicación del papel que la España medieval tuvo en el Renacimiento. La conexión esencial de una época que sólo es oscura para los que no perciben el natural evolucionismo de los tiempos.
Citas a Mayor Zaragoza y su dedicatoria: “el tiempo del silecio ha concluido” –dices-. Y no pareces saber ni lo que significa; la búsqueda de la verdad que Mayor Zaragoza ha llevado a cabo toda su vida. Una verdad que –lo siento por tus noches en vela- no es única. Tampoco pareces saber a qué se está dedicando este señor ahora, para mayor gloria de sus compatriotas. A tratar de abrir el futuro partiendo de que el pasado no fue tan cerrado como tus ideólogos nos enseñaron. Y vuelvo a lo mismo: ¿cómo puede uno leer mi libro y no sentirse orgulloso de ser español? ¿Cómo puede percibirse que contribuya a “deshacer España” cuando lo estoy paseando por medio mundo y se acercan a través de él a nuestra historia con envidia. Vengo de presentar estas ideas en la Universidad de Nueva York y en el Cervantes de Berlín, y te aseguro que los respectivos públicos comprendieron mucho más el imprescindible papel de España en la definición de Europa.
Pero ahí estoy chocando con tu ideología, porque percibo que eres de los que sienten el germanismo como alternativa innegociable. También de los que creen que el Renacimiento eran las poblaciones de ciudades italianas aprendiendo griego, en tanto similares ciudades andalusíes –según tú- propagaban oscuridad milenarista. Ese germanismo que acomplejó a España –aquel Fernando Savater que al preguntar en Alemania si leían filosofía española, le dijeron: “¿iría usted a ver a un torero alemán?”-. Ese mismo germanismo que ha provocado tanta tortícolis en los historiadores españoles, pese a que nuestra geografía e historia no viciada nos convierta en protagonistas mediterráneos de una idea mucho menos exclusivista de Europa y del mundo.
En el libro que has subrayado sin contexto, de la primera a la última página se eleva un canto –criticado por lo mismo en otros foros- a la necesaria definición de España y el orgullo de ser europeos en más por el hecho de haber bebido de tantas fuentes. Es cierto que no puedes –y cito- “juzgarlo con mayor profundidad” porque no conoces el islam ni el árabe. Pero puedes creerme si te digo que la parte de las fuentes árabes que citas de oído –Ajbar Machmúa- no es más que una traducción tardía de la Anábasis de Jenofonte y la retirada táctica de los Diez Mil, y que el término al-Andalus no viene del Corán sino de Platón y la Atlántida. Porque fue el neoplatonismo alejandrino el que creó el islam que conocemos.
Aquellas narraciones de conquista y estas inspiraciones etimológicas, situadas en los orígenes de la supuesta constitución del emirato de Córdoba, dan fe de la inefable helenización del mundo islámico que llega a nuestras playas. Porque ahí es donde creo que no has comprendido mi libro: el islam árabe es la continuación de la Roma Oriental, no su destrucción –de eso se encargarán los turcos-. Y todas las crónicas que tú citas como cercanas al 711 no hablan de musulmanes, sino de sarracenos. Y los sarracenos aparecen en las crónicas griegas desde el siglo IV –dos siglos antes de nacer Mahoma- porque no son más que los nómadas, los desclasados, los salteadores.
¿En qué momento he podido yo escribir que “los musulmanes entraron amistosamente” –el punto más caótico de tu reseña es que me metas en el saco progre; no has entendido nada; ni a mi libro ni a mí-: nada de musulmanes ni amistad. Sangre y fuego, con tantas otras veces en nuestra Historia. Pero no organizado como invasión. Y vuelvo a tu desconocimiento de lo islámico: si no hubo un Corán por escrito hasta mediados del VIII y por entonces nació el primer gramático árabe en Persia, te aseguro que con las fuentes de que disponemos es imposible plantear que apareciese por la península ibérica de cuarenta años antes un contingente que pudiera llamarse árabe o islámico.
Te propongo que leas a Juan Damasceno y Eulogio de Córdoba –los reeditó Akal hace un par de años-. Ambos están en el “ojo del huracán” –San Juan en la supuesta capital oriental, Damasco, y San Eulogio en la occidental, Córdoba, un siglo después- y en sus páginas sólo se habla de “iconoclastas”, “herejes” y “los escritos de los sarracenos”. Ni una mención a Mahoma o el Corán como tal. Ése es el Mediterráneo en estado puro: vivo, crítico, inusual. El mismo que se pobló de Roma, la que se estudia en Alemania pero no se vivió desde allí. El mundo en el que siguió de un modo natural Hispania hasta convertirse en al-Andalus y el mundo que contrastó por la evolución más allá de los Pirineos hacia otra cosa: el imperio carolingio. La Europa “re-ista” que pretendió heredar a Roma, cuando Roma y su emperador seguían vivos en su capital desde los 300: Constantinopla.
Si no entiendes la orientalización de Europa que viene de la mano de la forja de al-Andalus, jamás entenderás lo que es España y lo que ha aportado.
¿Acaso tú, dedicándote a lo que te dedicas, no conoces las monedas acuñadas en la Hispania de finales del VIII con el lema “non Deus nisi Deus solus” –no hay más que un Dios-?. Eso es pre-islam –y no está en árabe precisamente-, y es lo que iba ocurriendo en todo el Mediterráneo. Claro que la gente no reza tanto y las causas no son nunca religiosas; la religión será la excusa. La religión surgirá para dar ideología a enfrentamientos previos. A luchas de poder.
Por lo demás, tampoco tengo mucho más que decirte. Sólo lamento algunos detalles de formación que son esenciales en mi libro; que no hayas entendido el papel de Isidoro de Sevilla en la forja de al-Andalus –sus obras serán fundamentales para el surgimiento de la historiografía andalusí-, que no comprendas lo que significa que un rey castellano entre sin derramar sangre en el Toledo andalusí y esa capital en funcionamiento se convierta en el corazón de la Europa intelectual. Que no entiendas aquello de Ortega sobre “ocho siglos de Reconquista” proponiendo que se cambie el nombre so pena de no resultar risible a cualquier mente formada.
Y por cierto: son Ortega y Américo Castro las lecturas que inspiraron mi libro. Ellos acuñaron en español el término Historiología animando a cuestionar los mitos en aras de una verdadera comprensión de quiénes somos. En aras de habitar nuestra Historia. La misma Historia que tú quieres que suspendan mis muy motivados alumnos; motivados en el debate limpio, el cuestionamiento de los mitos y la búsqueda de la verdad. Supongo que quieres que suspendan para que esa verdad no se imponga por sí misma, sino por medio de la navaja de Gustavo Bueno, como un lector propone después de tu cortante y afilada reseña.